dimarts, 15 de novembre del 2011

Inercia


Es una mañana lluviosa y sombría. Me he despertado sin ánimo y cansado. Tengo que levantarme para hacer algo, pienso. Si fuera por mí, permanecería por un tiempo indefinido en el lecho caliente. Pero no puede ser. ¿Quién lo dice? Nadie. La voz de la conciencia, tal vez. En fin, que, sin ganas, me incorporo, me aseo mínimamente y me pongo a desayunar. Cuando acabo con las galletas y el yogur, enciendo mi salvavidas: el aparato de CD. Escojo para la mañana un disco de piano solo de Keith Jarrett y dejo que fluya la música en mis oídos. Escuchar música es una actividad receptiva no activa, o al menos eso pienso. No tengo nada que hacer, estoy de baja laboral. Tengo todo el tiempo del mundo para desarrollar la actividad que quiera, pero no tengo fuerzas. Decido no hacer nada.

No hacer nada siempre lo he considerado un arte. Muchas personas necesitan hacer algo con su tiempo. Yo no preciso hacer nada. Mejor dicho, no sé qué hacer y a eso le llamo que no deseo hacer nada. Cada uno se engaña a su modo. Ya no me atormenta. Estoy en una fase en que pocas cosas me importan demasiado salvo sobrevivir. Es lo único. Algo es algo.

Nunca he sabido vivir y disfrutar mínimamente de la vida (o al menos esa idea y sensación tengo de mí). Al principio -de joven- me angustiaba, me sentia impotente porque no sabía o no podía gozar de nada. Debido a mi incapacidad y al aburrimiento soberano en que me hallaba sumergido casi siempre, busqué hacer cosas extravagantes, y me junté con gente, diríamos, un poco rarita. Lo que algunos llaman gamberros, frikis, etc. Sentía cierta afinidad por las personas que hacían cosas que se apartaran un poco de la normalidad y la convención. Nunca he soportado -y de adulto esto se ha agudizado- llevar un vida convencional. Me aburre y me asquea. Sucumbir a las obligaciones intolerables de la gente de mi edad -cuarentena- me produce náuseas. Así me va. No sé por qué cuento estas cosas, seguramente no tienen demasiado interés. Casi nada lo tiene para mí. Pero así me siento.

divendres, 28 d’octubre del 2011

Unas pinceladas en torno al Decadentismo


Decadencia, decadentista o decadente, decadentismo... Quizá uno se pregunte a qué hacen referencia estos vocablos que tan a menudo son utilizados. El Decadentismo es una compleja corriente artística, filosófica y principalmente literaria, originada en Francia a finales del siglo XIX y que tuvo un amplio desarrollo por casi toda Europa y algunos países de América. La denominación Decadentismo surgió como un término despectivo e irónico que usó la crítica académica; sin embargo, fue adoptado por aquellos a quienes iba dirigido. Frente al Romanticismo, el Realismo y el Naturalismo, que obedecen a una lógica y a una necesidad histórico-cultural, el Decadentismo responde a una manera de sentir de fin de siglo, cuando el conocimiento del alma humana había agotado todas sus posibilidades de comprender su existencia y sus extrañas desviaciones.
En el plano moral la palabra decadencia va unida casi siempre a una forma de vida sensualista, hedonista, llena de excesos de lo más variopinto: bebida, uso de drogas estimulantes, falta de fe religiosa y un constante sentimiento de pesadumbre universal, de spleen (estado de melancolía sin causa definida y angustia vital) y de énnui (una especie de desazón o aburrimiento metafísico).  

El Decadentismo se vincula con las otras tendencias postrománticas, como el Parnasianismo (y su lema 'el arte por el arte'), el Prerrafaelismo y el Simbolismo, y tiene a Baudelaire como a su padre espiritual, encarnación del malditismo poético, y al también poeta [maldito] francés Arthur Rimbaud como otra indudable influencia.

El poeta maldito parte de una visión muy pesimista de la existencia, a la que considera sucia y degradada. Su respuesta, con frecuencia, se orienta hacia una complacencia morbosa con la corrupción moral, la crueldad, la exaltación de la fuerza, la atracción por lo enfermizo y lo depravado. Otras veces, el poeta maldito busca el refinamiento estético y vital: el dandismo. El narcisimo extremo, la elegancia, la provocación de la extrañeza y el desconcierto en los demás, la excentricidad, son características destacadas de esta actitud ante la vida.

Edgar Allan Poe y Oscar Wilde (especialmente en su obra El retrato de Dorian Gray) también se inscribirían en este malditismo.

El Decadentismo surge de esta concepción de la existencia de los poetas malditos. A ella hay que añadir el sentimiento que tienen los decadentistas de vivir en una sociedad depravada (la burguesa), ante la que actúan como marginados. Su posición antiburguesa les inclina hacia lo morboso, lo oscuro, lo enfermizo, lo cruel y lo inmoral. Son nihilistas y anárquicos en sus comportamientos.

Asimismo, como forma de protesta contra los valores materialistas imperantes, buscan el refugio en la belleza artística (como los parnasianos), en el refinamiento personal, en mundos exóticos e irreales. El erotismo es también un medio de evasión característico (uno de los decadentistas más conocidos, el italiano Gabriele D’Annunzio, escribió una obra titulada El placer), a menudo impregnado de una sensualidad enfermiza, donde tienen cabida el sadismo, el masoquismo y el tema de la mujer fatal (la vampiresa que aparece en Poe y Baudelaire), así como la búsqueda de placeres extremos.

En diferentes países europeos, así como en América, hubo representantes del Decadentismo, tanto en la literatura como en las bellas artes.

En el campo de las letras están en Francia, además de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé, quienes se mostraron decadentes en sus postrimeros momentos, J.K. Huysmans, René Ghil, Laurent Tailhade, Isidore Ducasse (Conde de Lautréamont), Alfred Jarry, Marguerite Vallete (Rachilde), Péladan, Lorrain, Schwob, Saint Pol Roux, Péguy y otros; en Inglaterra, con el llamado dandismo o esteticismo y los poetas del “The Rhymes Club”, se encuentran Oscar Wilde, Walter Horatio Pater, Lord Alfred Douglas, Matthew Arnold, Arthur Symons, Ernest Dowson, Lionel Johnson y otros; en Estados Unidos, con el llamado grupo de la Bohemia, están Ambrose Bierce, Lafcadio Hearn, Richard Hovey, Edgar Saltus y Jammes Gibbons Hunnecker; en Bélgica, en donde hubo un grupo de poetas que se inscribieron en el llamado bohemismo, tenemos a Théodore Hannon, Maurice Maeterlinck, Vieté Griffin, Max Elskamp, Van Leberghe, Mockel, Fontainas; en Alemania deben mencionarse Stephan George, Gundolf, Wolfskel y Bertram; en Italia, con el movimiento de la scapigliatura (término similar a «bohemia»), hay que destacar a Gabriele D'Annunzio y Camillo Boito.

España e Hispanoamérica también se dejaron influir por esta actitud estético-literaria, y toda la poesía de fin de siglo responde a los ideales artísticos del arte por el arte. Así, puede considerarse el modernismo del nicaragüense Rubén Darío y del mexicano José Juan Tablada. El decadentismo artístico fue mucho más persistente en América: Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Mariano AzuelaCésar Vallejo, Horacio Quiroga y otros llenaron muchos años de la vida literaria sudamericana y en ellos la nota francesa nunca estuvo ausente.

Esta renovación estética adquirió en España matices peculiares, y así aparece en las obras decadentistas de Manuel Machado y de la primera época de Juan Ramón Jiménez, en algunas obras como Ninfeas (1900), Francisco Villaespesa y el primer Valle-Inclán, en especial en su libro de versos Aromas de leyenda (1907). Son decadentistas aún mal estudiados los poetas Emilio Carrere y Alejandro Sawa; los novelistas Álvaro Retana, Antonio de Hoyos y Vinent y Joaquín Belda, y el cuentista peruano Clemente Palma. Algunos bohemios, como el prosista y drogadicto francés Enrique CornutyPedro Barrantes también entrarían en este grupo. 


En el campo de las artes plásticas, el Decadentismo se revistió con otros nombres, pero, a la postre, orientados por los mismos intereses y rasgos: en Francia, se tiene el llamado Art Moderne, dentro del que descuellan Hector Guimard, Majorelle, Binet, Jourdain, Emile Gallé y René Lalique. En Bélgica, tuvo lugar el conocido Art Nouveau, cuyos máximos ejemplos se encuentran en monumentos arquitectónicos de Victor Horta y en los cuadros de Félicien Rops, Hodler, Khnopff y Toorop. En Inglaterra, hubo una resistencia dada la fuerza que tenían los Arts and Crafts, pero emergió un arquitecto notable, Charles Rennie Mackintosh. En España cabe mencionar  a Antoni Gaudí, quien dio aportaciones significativas dentro del llamado Modernisme o estil modernista. Igualmente, en Italia, se encuentra la tendencia Liberty, con su máximo exponente D’Aronco, en Alemania, la Jugendstil y en Austria, la Secesión Vienesa.


[Fuentes consultadas: Trivium, Wikipedia y otras.]

dijous, 13 d’octubre del 2011

Existir



No puede confundirse completamente la percepción de una cosa que existe con la sensación de que esta cosa existe. La existencia de la cosa ‘se esconde’. Determinar que hay una cosa no equivale a sentir que existe.

Aunque siempre es posible cambiar una cosa por otra, es imposible cambiar esta misma cosa por otra que no sea ella misma. 

La existencia puede ser percibida como un regalo o un veneno. La existencia es una pesadilla desde el momento en que uno la percibe a la vez como perfectamente desagradable y como perfectamente inevitable, puesto que solo puede ser cambiada contra ella misma. Si se disfruta de la existencia, esto se refleja en el hecho de que no se pide nada más que aquello que existe aquí y ahora. Es cuando se percibe la existencia como indeseable y no cambiable que uno se sumerge en la náusea.

Los animales tienen la particularidad de suscitar inmediatamente en aquellos que los observan la sensación pura de la existencia, con toda la carga de extrañeza que esta implica, más que cualquier objeto. Los animales ocupan una posición intermedia en la escala de los seres: no pertenecen ni al orden de los objetos inanimados o casi inanimados, cuya existencia se limita a una pura pasividad fisicoquímica, ni al orden de los humanos, únicos susceptibles de representarse finalidades y objetivos (por muy absurdos que estos sean). El animal tiene la condición curiosa de estar manifiestamente ocupado, a diferencia de las piedras, y al mismo tiempo, a diferencia de los hombres, manifiestamente ocupado en nada. El ser humano, en cambio, criatura imaginativa y charlatana, delira y habla siempre demasiado.

Uno de los misterios de la condición humana es su atracción por lo irreal en detrimento de lo real, una de las principales locuras de la humanidad. Una ofuscación misteriosa de la atención nos aparta de la consideración de los objetos existentes y nos conduce a la consideración de los objetos que no existen, o que al menos todavía no existen. Es posible que esta confusión tenga como filtro el deseo. El hambre por lo imaginario en detrimento de lo real hace que nada de la realidad pueda saciarla. La necesidad de saciarse con bienes imaginarios surge de una incapacidad de satisfacerse con bienes reales. Y es esta tendencia la que nos sumerge en una náusea existencial: La incapacidad de deleitarse con la existencia, de sentirse existir, de sentir las cosas alrededor de uno mismo; una especie de pura degustación de la existencia.

[Después de leer Principios de sabiduría y de locura de Clément Rosset]

dimecres, 5 d’octubre del 2011

Sufrimiento


Con la música de Toots Thielemans de fondo empiezo esta mañana mi deambular por el día. Sufro un cansancio, una debilidad y un sueño atroces (me han medicado intensamente). Casi no puedo teclear, pero lucho para no sucumbir. Un ataque de angustia me sacudió hace una semana, todavía no me he recuperado del impacto brutal de ese estado. Uno se siente morir. Casi sin poder respirar la cabeza parece que pierde el norte: se descontrola todo. No funciona la respiración lenta y tampoco la abdominal para relajarse: nada. Es una explosión energética y dolorosa tremenda que  sacude el organismo, de la cabeza a los pies. La cabeza va a mil por hora, aterrorizada. Te queman los pies, las manos, las extremidades, y a continuación un fuerte frío te invade. La sudoración es intensa. Indescriptible. Tiemblas en una espiral incontrolable de extrañas e inquietantes sensaciones en todos los órganos: manos, pies, brazos... Las náuseas incesantes  junto con la intensa opresión en el pecho que te impide respirar te hacen sentir que te vas del mundo. Es una experiencia escalofriante, sinceramente. Pero estoy vivo y aquí sigo. Se trata de una auténtica pesadilla, muy real por cierto. 

dimecres, 21 de setembre del 2011

Pensar en el tiempo



1
Pensar en el tiempo - en todo lo retrospectivo,
Pensar el día de hoy en las épocas que continuarán de hoy 
en adelante.

¿Has sospechado que tú no habrás de continuar?
¿Has temblado ante estos escarabajos de la tierra?
¿Has temido que el futuro no exista para ti?

¿No es nada el día presente? ¿No es nada el pasado que no 
tuvo principio?
Si el futuro no es nada, ellos no son nada tampoco, ciertamente.

[...]

2
No pasa un día, ni un minuto, ni un segundo, sin un alumbramiento,
No pasa un día, ni un minuto, ni un segundo, sin un cadáver.

Las noches tristes se van, y se van también los días tristes,
Se va el dolor de estar tendido en la cama tanto tiempo,
El médico, luego de largas dilaciones, da por respuesta una
mirada muda y terrible,
Los niños acuden presurosos y llorando, y se manda llamar
a los hermanos y hermanas,
Las medicinas están intactas en el anaquel (el olor de alcanfor
ha llenado mucho tiempo las habitaciones),
Las manos febriles de los vivos no abandonan las manos del
moribundo,
Los labios crispados besan con dulzura al agonizante en la
frente,
Cesa el aliento, cesa el latir del corazón,
El cadáver está tendido en el lecho y los vivos lo contemplan,
Es palpable como los vivos son palpables.

Los vivos contemplan el cadáver con su vista,
Pero un vivo diferente se detiene sin vista y contempla curioso
el cadáver.

3
Pensar el pensamiento de la muerte confundido con el pensamiento
de lo material,
Pensar en todos estos prodigios de la ciudad y del campo, y
en que a otros les interesan grandemente, y en que a
nosotros no nos interesan.

Pensar en la impaciencia con que construimos nuestras casas,
Pensar en que otros tendrán la misma impaciencia, y que
nosotros seremos indiferentes a ella.

(Veo uno que construye la casa que ha de servirle algunos
años, o setenta, u ochenta años cuando más,
Veo uno que construye la casa que ha de servirle más tiempo
aún.)

Hileras negras se arrastran lentamente sobre toda la tierra
- o se paran - son cortejos fúnebres,
El que fue Presidente ha sido enterrado, y quien ahora es
Presidente será de cierto enterrado.

[...]

WALT WHITMAN. Extracto de poesías 1 y 2 de 'Pensar en el tiempo'. Incluidas en: HOJAS DE HIERBA, Ediciones Tesys,1986.

dimarts, 30 d’agost del 2011

Matar moscas a cañonazos


Cualquier sistema en el que uno se halle a veces puede dejar de funcionar. Sí, parece una verdad de Perogrullo, pero tal vez no lo es tanto. Mientras las cosas van bien, todo parece ir más o menos bien. Pero en ocasiones resulta que el sistema puede dejar de funcionar de manera digamos 'correcta' cuando, por un 'azar aparente' (que no es tal, pero que puede tener esta apariencia ya que escapa a nuestro control -las manijas que nos controlan, juegan y someten no tienen nada de azaroso-), uno entra en contacto con un agente 'peligroso', 'infectado' o se encuentra, sin saberlo, en el sitio equivocado o atrapado en una situación que escapa a su voluntad individual. De 'transitar más o menos libre' e 'integrado' en un sistema se pasa a la categoría de 'apestado' y de 'marcado', en el mejor de los casos. El tránsito de un estado a otro es a menudo súbito. Así pasa, salvando las diferencias, con las enfermedades, los sistemas político-económicos, las guerras ('esa otra manera de hacer política')... y, por supuesto, con internet.


Cuando se entra en contacto con un virus, por ejemplo, uno puede pasar de estar 'sano' a estar muy 'enfermo'. Con algunas afecciones sucede que se puede entrar de repente en un estado de 'marginación', más o menos visible, en el sistema social en el que uno se mueve. Así funcionan los sistemas sociales con frecuencia cuando alguien se infecta por una enfermedad 'sin solución', 'incurable' y que se puede transmitir. Sin necesidad de que se diga nada, uno nota y sufre el aislamiento, el vacío, la angustia que le 'brindan' la mayoría de sus semejantes. Nada nuevo.


En un sistema político-económico digamos 'democrático' -ya no entramos en las dictaduras brutales- puede pasar algo parecido, cuando uno está 'en el bando equivocado' o donde no debía. Las circunstancias hacen que se puede pasar de llevar una vida más o menos estable a caer en la ruina más absoluta. Esto puede sucederle a cualquiera con una 'crisis' económica grave, basta con que el sistema que rige 'la economía global' deje de funcionar 'más o menos bien' -determinando y tiranizando cualquier vía política-, se empiece a destruir empleo (hasta el teóricamente estable), se pierda el trabajo y no se pueda pagar la hipoteca del piso donde se vive o los alimentos, por ejemplo (en el llamado Tercer Mundo todo es veinte veces peor). La calle y esos seres que hasta hacía poco veíamos con ojos extraños y que nos asustaban al volver de farra en una noche loca cualquiera -los mendigos- pasan a ser 'nuestros compañeros' de portal o de cajero con los que compartiremos espacio para poder dormir. Así de simple y terrible.


Si hablamos de una guerra -'esa otra manera de hacer política'-, ya sabemos o podemos intuir cómo puede acabar un individuo que se halle -'por accidente' o no- en el bando perdedor (pertenecer a este bando significa estar 'en el sitio equivocado', al margen de cualquier convicción ideológica y política las más de las veces): tortura, muerte, campo de concentración.... ese es el destino. Todo va bien hasta que deja de ir bien. Está simplicidad con que las cosas se pueden desmoronar es espantosa, casi insoportable para la mente si se piensa en demasía. Se desequilibra y quiebra por cualquier motivo el sistema que hacía que los elementos se mantuvieran en un difícil 'estado de equilibrio' ('estado de excepción'), donde nada hacía presagiar que un pobre diablo pudiera quedar atrapado en 'tierra hostil' y ser ametrallado y pateado en una esquina. El 'estado antinatural de no-guerra' pendía de un hilo y no se era demasiado consciente o bien no se podía escapar cuando se desencadenó el conflicto. El frágil sistema estalló y derivó en un enfrentamiento armado. Acaso se creía que la cosas no llegarían a ponerse tan feas (sin una cierta dosis de 'optimismo' o inconsciencia, no se puede vivir, ciertamente). Los perdedores en este tipo de sistemas, 'los apestados', pueden quedar confinados en un gueto, en una 'zona de desinfección' o ser directamente aniquilados.


Como cualquier sistema (salvando las diferencias de ámbito, solo como concepto), internet tiene un funcionamiento parecido, aunque quizá para muchos/as más complejo e incomprensible pese o por su apariencia más atractiva y adictiva. Uno puede crear una bitácora o una web y ponerla en la red, por citar un ejemplo de lo más sencillo. Perfecto. Como siempre, todo va bien, hasta que deja de ir bien. Un buen día se intenta entrar en el blog y su acceso tiene la siguiente advertencia: 'Si entra en esta dirección, el ordenador corre un grave peligro, un código malintencionado se encuentra ubicado en este sitio y puede afectar gravemente al sistema. Mejor que no entre'. Cuando uno se enfrenta a una situación semejante, la cosa puede solucionarse fácilmente... o no, depende. Y todo tiene lugar por un aparente e incomprensible 'azar'. Es como tropezar por la calle: de repente nos vemos en el suelo; es algo absurdo, sin sentido -risible a veces para los demás-, pero pasa. De la noche a la mañana uno pierde todo lo que tenía escrito, sus fotografías, links, etc., porque el sistema detectó un código maligno en su blog. Vaya, vaya. La entrada en el mundo 'marginado' de la Red (el sistema) puede ser súbita y brutal, pues la detección de estos códigos la llevan a cabo robots, y estos bloquean el sitio o la web de uno 'a la mínima sospecha'; si alguien entra en este sitio, también queda atrapado. Es una locura. Muchas veces, se trata de un hiper-exageración del mecanismo de seguridad del sistema: no importa la gravedad. Internet se convierte entonces en una ratonera. Si 'el propietario' (es un decir) del sitio no domina un poco el tema, pueden entrarle escalofríos. Algo le ha infectado (o no) y no sabe cómo obrar. Está apestado. Por otra parte, se pueden 'infectar' otros sitios sin querer. Es como una enfermedad contagiosa adquirida: no se sabe ni dónde ni cómo se contrajo, ni si se ha transmitido a más personas. Súbitamente, uno pasa a ser un marginado -'infectado' o sospechoso- o, en el peor de los casos, a ser expulsado, excluido del sistema. 

diumenge, 7 d’agost del 2011

¡NO!


¡NO! es la primera palabra que articula y grita César, el simio que cobra una inteligencia extraordinaria y que protagoniza la interesante y espectacular película El origen del Planeta de los simios (dirigda por Rupert Wyatt y estrenada en España el pasado 5 de agosto). Gracias a la inoculación de Alz-112 -una droga experimental ensayada en monos y dirigida a combatir la enfermedad de Alzheimer, que sufre el padre del científico protagonista del filme, Will (interpretado por un mediocre James Franco: es lo de menos)- y sus extraordinarios efectos multiplicadores de la inteligencia símica (que no humana: el padre del protagonista parece curarse 'milagrosamente' de su demencia al ser inoculado con Alz-112 -pese a estar en fase experimental de ensayo en simios y no en personas-, pero pronto degenerará y empeorará), César se erige en el líder de la manada que inicia la gran rebelión de los simios contra la opresión y tortura a que son sometidos estos primates por parte de los humanos a través de los ensayos y experimentos de laboratorio, patrocinados en este caso por una empresa farmacéutica salvaje y sin escrúpulos, Gen-Sys -equiparable a muchas de las que existen en nuestro mundo-.

Dejando a un lado su espectacularidad -impresionante-, la película nos sitúa en una tesitura que nos puede resultar espantosamente familiar: La civilización humana se halla en un punto de no retorno en su carrera prepotente para controlarlo y someterlo todo, incapaz de poner límites a su insaciable y terrible sed de supremacia sobre todas las especies.

El ser humano dispone de increíbles herramientas de carácter científico y médico. La pregunta es: ¿Hasta dónde se puede seguir avanzando sin colisionar efectivamente con la naturaleza? ¿Dónde están los límites? ¿No se han sobrepasado ya muchos? Estas podrían ser algunas de las preguntas clave que puede suscitar, más allá de la anécdota y los efectos especiales -geniales, sin duda-, El Origen del Planeta de los Simios. Por cierto, la alucinante interpretación de César, el simio protagonista, eclipsa al resto de actores del filme -no creo que sea intencionado...- (el reparto no es demasiado acertado, todo hay que decirlo).

Pese a estar impregnada de tópicos made in Hollywood (falta de mala hostia -no sea caso que salte el Tea Party-, protagonista femenina florero -intolerable- incrustada en el filme con calzador -¿tal vez para que nadie piense en posibles inclinaciones zoófilas del protagonista masculino?-, etcéctera, merece la pena dejarse atrapar por la película. A poco que a uno todavía le quede un poco de cerebro -entre Facebook y la madre que lo parió, los móviles tipo ‘vibrador’, el iFuk, ‘la crisis’, el 20-N, e íconos tan subversivos y contraculturales como Belén Esteban...- le puede hacer pensar y, por qué no, incluso emocionar. Va dirigida a todos los públicos, es una superproducción, pero es disfrutable y hasta puede hacer reflexionar (y, con un poco de suerte, quizá incluso dar ideas a los del 15-M: que tomen nota del ¡NO! de César, el simio protagonista).

No sé qué opinará el colectivo animalista respecto a las ideas que se apuntan en la película, pero como filme de ciencia-ficción para el gran público acaso pueda hacer cavilar acerca del maltrato brutal infligido a los animales de laboratorio en aras del beneficio, primero de las multinacionales farmacéuticas y, de rebote y si suena la flauta, de las personas. Lo que más o menos está claro y queda reflejado -con sus limitaciones- en el filme es que los humanos somos una anomalía perniciosa. Todas las especies se adaptan al medio natural... menos el Homo Sapiens. El hombre pretende adaptar el medio natural a sus caprichos y a su afán insaciable de depredador y dominador sin límites. El resultado es la devastación y el desequilibrio infernales de la naturaleza animal, vegetal, mineral, etc. En este contexto, la ciencia parece intentar “salvar los muebles mientras arde la casa”.

No se trata de un clásico, está claro, pero resulta una interesante precuela de la original El Planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968).

[Cf. Hay una pavorosa película documental sobre el maltrato animal y vegetal para la producción industrial de alimentos, muy recomendable y de mucho más calado que la obra comentada: se llama Nuestro pan de cada día. Quizá alguien sabe si circula por ahí algún DVD de, este sí, durísimo filme.]

dijous, 28 de juliol del 2011

El infierno está aquí


Hay pocas pesadillas parecidas a vivir en una ciudad como Barcelona, donde se gasta y dilapida lo que no está escrito con, por ejemplo, el maldito tren de alta velocidad, mientras se cierran ambulatorios y servicios de urgencias hospitalarios y se despide sin cesar a médicos y personal de enfermería. La situación es grave, casi límite, imposible entender por qué no estalla una rebelión. Falta poco.

Mientras se inaugura el último agujero bajo tierra del túnel del tren para ricos que cruza la ciudad, la flota de ambulancias, por ejemplo, ha sido reducida drásticamente, hasta el punto de que uno no sabe a ciencia cierta si, en caso de caer enfermo, llegaría algún vehículo medicalizado o tendría que ir arrastrándose a un hospital o ambulatorio, si es que queda alguno abierto, siempre bajo mínimos (no tienen ni vendas en algunos: todo sea por el ahorro, o, como dice Artur Mas, "por responsablidad"), y encuentra personal que no esté a punto de suicidarse por el estrés. La obscenidad del contraste deja a uno sin palabras y le llena de mucho odio, rabia e impotencia. Esto es aplicable a toda Cataluña y a España, claro. 

Saber que si uno cae enfermo puede tener graves problemas para ser atendido y quizá puede morir ha dejado de ser una pesadilla: es cada vez más cierto, al menos en Barcelona y también Cataluña. Pero todo el mundo calla o parece callar.

Se habla de esta ciudad (y de esta Comunidad) porque es donde uno nació, por accidente -obviamente-, y también porque es la zona del Estado español (no voy a entrar a hablar de nación o de alguna imbecilidad por el estilo: ¡solo cosas importantes!) donde los gobernantes se están empleando más a fondo en destruir cualquier esperanza de futuro. Barcelona y Cataluña siempre en la vanguardia...

¡Malditos bastardos! Barcelona y Cataluña apestan a Convergència i Unió, el partido más ultraliberal e inhumano que existe en España. 

dilluns, 25 de juliol del 2011

La conga


Estaban todos reunidos alrededor de una mesa. Era una comida de trabajo, para “despedirse” antes de vacaciones. Allí estaban los esclavos del maldito castigo bíblico, reunidos en un ágape para decirse las cuatro, o quizá cinco, tonterías de siempre. Lo más interesante y peligroso de estas reuniones es que en ellas a veces se hacen o dicen cosas que pueden resultar cómicas, aberrantes o directamente comprometedoras. Así pues, tras beber una cervecita fresquita en una terracita bajo un tórrido solecito, los comensales, compañeros de trabajo, se distribuyeron en una mesa del interior del restaurante, de estética lounge, con colores pastel en sus paredes, muebles retro… un sitio verdaderamente ‘chic’. Eran doce personas, 4 mujeres y 8 hombres, para ser exactos. El ambiente de la reunión era bastante típico, lleno de cruces de frases vacías, aunque se adivinaba cierto aire crispado bajo las ‘sonrisitas’. Recuerdo que un compañero empezó a criticar ferozmente a una antigua compañera de trabajo: hablaba de su cambio de orientación sexual tras 7 años de matrimonio. Nada nuevo, claro. Pero también empezó a explicar cómo, cuando estaba en la empresa, golpeaba las teclas de su ordenador para simular que trabajaba, sin hacer nada obviamente. Hacía un ruido ridículo y patético cuya intensidad era proporcional a sus ganas de escaqueo. Para ocultar su inactividad, la chica, al parecer, dirigía miradas de una intensa seriedad hacia los compañeros y compañeras de trabajo: “Estoy muy ocupada y centrada en mi tarea, que nadie me moleste”, decían sus ojos. Todo el mundo sabía de su escaqueo, claro, pero es que todos hacían lo mismo, en mayor o menor medida, cuando podían. Otro de los comensales, de semblante enfermo, pese a que nadie sabía a ciencia cierta cuál podía ser la causa de su mal aspecto, empezó a servir el vino. A medida que discurría la comida, la gente fue entrando en calor, hasta que se llegó a ese momento entrañable en que algunos pierden el control. El chico de aspecto mórbido, transcurrido un rato, se levantó de la mesa y se dirigió a una pequeña mesita donde había un jarrón lleno de flores amarillas. A su lado estaba una de las compañeras de trabajo, muy delgada, por cierto. Del bolsillo izquierdo de su pantalón, la muchacha sacó una bolsita o algo por el estilo. Al cabo de unos instantes armó cinco rayas de coca en la mesita. De manera paulatina y ordenada, algunos de los comensales empezaron a esnifar las diferentes rayas. El ritual se repitió en tres ocasiones. Hasta la camarera, con un tatuaje de Fumanchú en la parte superior del brazo izquierdo, se animó a esnifar. La cuestión es que la gente empezó a entrar en un estado bastante alterado y excitado. Las risotadas y las salidas de tono iban en aumento, así como las esnifadas. El polvo blanco dio lugar a otro tipo de ‘polvo’. Se levantaron eufóricos los trabajadores y empezaron a hacer una conga, sin pantalones ni faldas. Luego se quitaron la ropa interior. Por supuesto, todo era muy morboso y 'excitante'. Uno tenía la sensación de estar asistiendo a algo diferente y estimulante. Hasta la camarera se apuntó. Iban bailando y sodomizándose convulsivamente al son de una canción que iban cantando. La verdad es que esa pérdida de control no la había visto nunca en una comida de trabajo. Pero uno ya se acostumbra a todo. Al cabo de una hora, y estando todos ya vestidos y contentos, se sentaron en la mesa. El jefe, el chico con cara de estar enfermo para ser más precisos, empezó entonces a pronunciar un discurso de una extraña seriedad. Informó a dos compañeros de que iban a ser despedidos en ese mismo instante. Las personas afectadas se quedaron inmóviles y angustiadas. Al cabo de media hora, el jefe les comunicó que se trataba de una broma, pero que se fueran preparando. Nadie pareció sorprendido por esa broma pesada. Luego todo transcurrió “con normalidad”. Cada uno se marchó a su casita.

dimarts, 19 de juliol del 2011

Pesadillas con cuerpo


La vida se convirtió en algo parecido a una pesadilla hace ya mucho tiempo. O quizá siempre lo fue. La intensidad de los días, el fulgor de la existencia se fue apagando de manera progresiva y sin remedio. Las sensaciones se fueron diluyendo, las percepciones, desgastando y difuminando por una inquietud las más de las veces sin razón. Nació, no se sabe por qué ni cómo, un sufrimiento difícil de describir con palabras. Se apoderó de todo. No se trata de que uno desee morir, más bien se quiere descansar para no sufrir más, reposar de una angustia estéril pero corrosiva en extremo que no se puede controlar. Más que sentir placer o ser más o menos dichoso, uno necesita un poco de serenidad. Solo eso. La renuncia a los placeres de la vida, uno casi no recuerda cuando le fue invadiendo y atenazando ese estado, ese sopor persistente, mórbido. Y lo que es peor: No saber si se nació con el problema, si el problema se fue adueñando de uno con el paso de los años y las experiencias acumuladas, o si en realidad el problema es estar vivo y no sentirse vivo. Esta existencia ahogada y desdibujada en un sinsentido profundo, permanente e invalidante convierte a uno en poco menos que un cuerpo sufriente con una cabeza enquistada en un torbellino de discursos que solo conducen a un bucle de sinsentido. Cada día es igual de gris o doloroso. No poder expresar el malestar extremo que uno siente porque su intensidad bloquea el verbo, la expresión, no alcanzan las palabras, ya no expresan nada. El desgaste psicológico que se siente es tan abrumador que es preferible dormir y no despertar nunca más. La energía pasa de ser torrencial a nimia, depende de las circunstancias, la cuestión es que gastarla nunca conduce a ningún fin. Uno se debilita por y para nada. Parece que se han recorrido kilómetros y el cuerpo no se ha movido de la silla, eso bien lo sabe el tormento que ahoga la cabeza. Vivir sin vivir, sufrir más allá de sufrir. Un paroxismo de los sentidos, una hipersensibilidad insoportable y paralizadora se apodera de uno. La vida ya no es vida: es una no-vida disfrazada de vida. Una caricatura de vida. A ese cúmulo de sensaciones psicológicas y corpóreas de angustia incomprensible uno las llama pesadillas con cuerpo, el enclave físico y metafísico donde anida el no sentirse vivo pese a estarlo. Una zozobra andante, un organismo atestado de dolores y frustraciones, que aúlla en un desierto de interminable malestar. Ese ser es el que yace aquí, ahora.


NADA, pincha aquí:
ALTAZOR, Vicente Huidobro (Canto I):

Llueve sangre


diumenge, 17 de juliol del 2011

Estrangulado



¿De qué proviene que, en la vida como en la literatura, la rebelión, incluso pura, tenga algo de falso, mientras que la resignación, aunque brote de la abulia, da siempre la impresión de lo verdadero?

Vivir es una imposibilidad de la que no he dejado de tomar conciencia, día tras día, durante, digamos, cuarenta años...

No es tan mórbido el exceso como la ausencia de miedo. Pienso en esa amiga a la que nada asustaba jamás, ni siquiera podía representarse un peligro, fuese del orden que fuese. Tanta libertad, tanta seguridad, debían llevarla un día derecha a la camisa de fuerza.

Incurable: adjetivo honorífico del que no debería beneficiarse más que una sola enfermedad, la más terrible de todas: el Deseo.

A ciertas horas, en lugar del cerebro, sensación muy precisa de nada usurpadora, de estepa que ha sustituido a las ideas.

Sufrir es producir conocimiento. 

Es parloteo toda conversación con alguien que no ha sufrido.

Mientras que la tristeza se justifica tanto por el razonamiento como por la observación, la alegría no reposa en nada, pertenece a la divagación. Es imposible ser feliz por el puro hecho de vivir; se está triste, por el contrario, desde que se abren los ojos. La percepción como tal vuelve sombrío, los animales son testigos. Solo los ratones parecen estar alegres sin esfuerzo.

Mirad la jeta de quien ha triunfado, de quien se ha esforzado, no importa en qué campo. No descubriréis en ella la menor huella de piedad. Tiene madera de enemigo.

Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas ellas que implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de sí mismo. La permanente preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural. ¡Pronto, indiferentes o enemigos, para que se pueda respirar un poco!

No se debería experimentar ninguna clase de inquietud mientras se dispusiese de la idea de mala suerte. En cuanto se la invoca, se apacigua uno, se soporta todo, se está casi contento de sufrir injusticias y quebrantos. Como todo se hace inteligible para ella, no hay que asombrarse de que el bruto y el despierto recurran a ella del mismo modo. Es que no es una explicación cualquiera, es la explicación misma, que se refuerza con el fracaso inevitable de todas las otras.

Estás obsesionado por el desapego, la pureza, el nirvana, y empero alguien susurra en ti: "Si tuvieras el valor de formular tu deseo más secreto, dirías: 'Quisiera haber inventado todos los vicios'."

Después de algunas noches, debería uno cambiar de nombre, porque ya no se es el mismo.

El hombre, ese exterminador, odia todo lo que vive, todo lo que se mueve: pronto se hablará del último piojo.

Cada ser es un himno destruido.

Cuando uno sabe que todo problema no es más que un falso problema, se está peligrosamente cerca de la salvación.

A veces uno piensa que más vale realizarse que dejarse ir, a veces se piensa lo contrario. Y se tiene enteramente razón en los dos casos.

El caído es un hombre como todos nosotros, con la diferencia de que no se ha dignado a jugar el juego. Le criticamos y le huímos, le guardamos rencor por haber revelado y expuesto nuestro secreto, le consideramos a justo título como un miserable y un traidor.



[Fuente: Fragmentos extraídos de E.M. CIORÁN: Pensamientos estrangulados. Del libro: El aciago demiurgo. Traducción: F. Savater. Taurus Ediciones. Ed. 1986.]

dimecres, 13 de juliol del 2011

Deprisa, deprisa


 -Oye, ¿estás bien?
-Sí claro, com siempre.
-Pues tu cara parece decir lo contrario.
-Mi cara que diga lo que quiera, lo que importa es lo que diga mi boca.
-Tranquilo, no quería importunarte.
-Pues lo parece.
-Si no te importa, quería comentarte una cosa.
-Si te digo que me importa, ¿qué vas a hacer?
-No contártela...
-Empieza.
-He matado a un ciclista.
-No me extraña. Creo que el tema empieza a interesarme.
-Hace tiempo que casi no puedo andar por la calle sin tropezarme con ciclistas.
-¿Y eso te extraña? Si solo fueran los ciclistas: ¿y los que van con patinete? Están por todas partes: la cuestión es ir rápido.
-Pero yo creía que ir en bicicleta era para pasear tranquilamente, no para correr como un loco por encima de las aceras.
-Te equivocas. Hoy casi nadie pasea. La gente corre, corre. Tiene mucha prisa.
-El caso es que ayer le tiré un hierro a la rueda de una bicicleta y el conductor saltó por los aires.
-Normal.
-¿Normal? Estoy asustado. Tras el incidente, me fui corriendo.
-Lógico, para evitarte problemas.
-El caso es que me he enterado de que el ciclista ha muerto.
-Uno menos.
-No digas eso. Se me fue la cabeza.
-Hiciste bien.
-¿Estás loco?
-No, yo también soy un ciclista.

dilluns, 11 de juliol del 2011

Una dicha desconocida


Estaba muy tranquilo esa mañana. Es muy extraño, la verdad, pues casi siempre me siento agitado. El odio y la ira indiscriminados hacia todo y hacia todos me invaden casi a diario. Me molestan las miradas, el tacto, los olores, los ruidos, las aglomeraciones, la saturación visual de las calles... Pero esa mañana, una misteriosa serenidad había impregnado todo mi ser. No me reconocía, tengo que reconocerlo. Una cara apacible, sonriente y relajada eran ese día mis señas de identidad internas y externas. ¿Será una pesadilla?, pensé. No lo era. Ese día yo era otro: el yo virtual que nunca sale a la superficie pero con el que dialogo en mi interior a menudo en soledad. Por un día el yo real, angustiado y atormentado, neurótico hasta la náusea, se había desvanecido. 

Salí a la calle y todas las miradas que se me cruzaron dejaron de molestarme, los malos olores me parecieron exóticos, hasta sensuales, y las aglomeraciones, como algo natural. Me sentía como un niño que sale a la calle por primera vez, muy receptivo a los estímulos, predispuesto al cruce agradable de miradas y a disfrutar de una mañana soleada: nada que ver con mi yo real, afligido, lleno de estigmas, traumas y represiones. Esa dicha me era desconocida: la alegría que irradiaba acaso es la que queda sepultada bajo la losa de mi yo real: el yo que trabaja, tiene responsabilidades, que desea insaciablemente, y que debe fingir y sortear todo tipo de trampas en esa jungla que llaman vida adulta.

Era domingo, claro, y no había ido a trabajar: ya sabemos cómo puede llegar a corroer la tediosa jornada laboral en una oficina donde casi todos se odian cariñosamente. A eso atribuía en parte mi bienestar, a que no tenía preocupaciones ese día; con todo, nunca antes me había sucedido algo parecido... y ya llevo unos cuantos domingos a mis espaldas.

Conforme fue avanzando el día, sin embargo, mi ánimo fue cambiando: mi yo virtual dejó de sonreír de forma paulatina y casi imperceptible y comenzó a refunfuñar. Las cosas empezaron a molestarme, primero poco, luego cada vez más. Parecía que todo volvía a ponerse en su sitio. En eso que mientras andaba pensativo, el manillar de una bicicleta me tocó el brazo izquierdo. Me puse a cien. Insulté al ciclista. La rabia y el odio impregnaron todo mi ser. La furia interna se había desatado. Esa accidente con la bici fue la chispa que justificaría mi ira en mi diálogo interno. Volvía a ser yo, el yo real al que tanto estaba aferrado -pensaba-, y todo volvía a ser anodinamente normal: estresante, absurdo, hostil, violento, incomprensible.

Volví a casa rabiando y encendí el ordenador. "¡Venga!", le pegué un golpe a la torre. Ya conectado al mundo, sin pausa inicié la lectura -es un decir- de periódicos, webs y blogs en internet. Sin propósito. Sin destino. Para pasar el rato. Como siempre. Estaba desorientado e irascible. Volvía a sentirme como de costumbre. Era yo otra vez. Respiré intranquilo.

dijous, 7 de juliol del 2011

Zombi conoce a zombi


Las personas viven inmersas en sus obsesiones y fijaciones, esclavas de sus apetitos en cada instante, al igual que los hambrientos zombis cuando avanzan inexorablemente hacia sus apetitosas víctimas. En la sociedad actual el yo busca al otro en el que verse reflejado, pero no puede hallarlo y eso lo sume en el miedo. El otro ya no devuelve como en un espejo los deseos, defectos y pasiones del yo. Al no poder salir de sus abismos infinitos y de sus interioridades, el yo ve a los otros como a seres huecos, vacíos y autómatas que deambulan “todos igual”, como una horda que repite de forma maquinal y sistemática las tareas que los tiempos modernos han preparado para ellos. La introspección narcisista en que vive sumido el hombre hoy día genera, apocalípticamente, una zombificación masiva de los demás a sus ojos. El entusiasmo por las interioridades de la conciencia arruina las voluntades de proyección externa. El yo apático, sin puertas ni ventanas, ve a los demás como “no humanos”, como seres bulto, degradados, atrapados también en su yo narcisista. Y los otros, claro, nos ven a nosotros con el mismo tedio, vacío e inhumanidad. Al yo aislado y narcisista no le alcanza a ver en los demás más que la corrosión de su deseo hecha otredad, extrañeza.

La construcción del sujeto pasa, pues, por la degradación del otro, que está tan descarnado como esos “muertos caminantes” llamados zombis, del mismo modo que yo parezco un amasijo infecto de llagas ante sus ojos.

Todos somos Narcisos ante un zombificado prójimo. En este contexto las relaciones afectivas del yo narcisista no soportan la cercanía, el tacto demasiado humano de los cuerpos, las muestras excesivas de afectuosidad, las declaraciones patéticas, las sinceridades rutinarias del odio y del amor. Asumimos el papel de zombi cuando nos presentamos ante los demás. Pero, claro, hay una necesidad de sentir, y es aquí donde aparecen los elementos mediadores, los nuevos protocolos de distanciamiento en las relaciones interpersonales. La distancia se convertirá, por ejemplo, en eje del erotismo. En este contexto hay que situar, entre otros elementos mediadores, las redes sociales y el doble mensaje que ofrece su cómoda instalación en la sociedad: al mismo tiempo que nos acercan a desconocidos de cualquier parte del planeta, nos distancian del vecino de al lado, del amigo con el que se chatea antes de bajar a la calle a tomar algo o de la persona a la que se quiere seducir.

Zombi conoce a zombi: este parece ser el camino emprendido.


[Se han extraído ideas para la elaboración de esta entrada del libro Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo (ed. Anagrama). Finalista del Premio Anagrama 2011.]

dimarts, 17 de maig del 2011

Lautréamont - Los Cantos de Maldoror (fragmento)


Estoy sucio. Los piojos me roen. Los cerdos vomitan al mirarme. Las costras y las escaras de la lepra han descamado mi piel, cubierta de pus amarillento. No conozco el agua de los ríos ni el rocío de las nubes. En mi nuca, como sobre un estercolero, crece una enorme seta de pedúnculos umbelíferos. Sentado sobre un mueble informe no he movido mis miembros desde hace cuatro siglos. Mis pies han echado raíces en la tierra y forman, hasta mi vientre, una especie de vegetación vigorosa, cubierta de inmundos parásitos, que aún no es planta y que ha dejado de ser carne. Sin embargo, mi corazón late. Pero ¿cómo latiría si la podredumbre y las emanaciones de mi cadáver (no me atrevo a decir de mi cuerpo) no le alimentasen con abundancia? Bajo mi axila izquierda una familia de sapos ha hecho su casa y, cuando alguno se mueve, me hace cosquillas. Tened cuidado de que no se escape uno de ellos y venga a rascar, con su boca, el interior de vuestro oído: podría después introducirse en vuestro cerebro. Bajo mi axila derecha tengo un camaleón que les persigue continuamente para no morirse de hambre: es necesario que todos vivan. Pero cuando un bando desbarata los ardides del contrario, encuentran más cómodo no enfadarse y chupan la deliciosa grasa que cubre mis costillas: ya me he acostumbrado. Una maligna víbora ha devorado mi verga y se ha puesto en su lugar: esa infame me ha convertido en eunuco. Ah, si hubiera podido defenderme con mis brazos paralizados; pero creo más bien que se han convertido en leños. Sea lo que fuere, importa hacer constar que la sangre ya no llega hasta allí a pasear su rojez. Dos pequeños erizos, que han dejado de crecer, arrojaron a un perro, que no los rechazó, el interior de mis testículos, alojándose dentro de la epidermis después de lavarla cuidadosamente. El ano ha quedado obstruido por un cangrejo que, envalentonado por mi pasividad, guarda la entrada con sus pinzas ¡y me produce mucho daño!

[Extraído de: Conde de Lautréamont. Los Cantos de Maldoror. Canto IV. Traducción de Ángel Pariente. Alianza Editorial.]

dimarts, 10 de maig del 2011

Daniel Johnston

Se acabó

Llegó el momento de la verdad. Matías parecía haber reunido el suficiente valor para tomar la decisión que desde hacía mucho tiempo le rondaba por la cabeza: quitarse la vida. La existencia se había convertido para él en un suplicio insoportable. Una tremenda angustia y falta de sentido hacia todos los actos de su existencia le habían conducido a tomar esta irreversible decisión. Desde hacía ya muchos años no entendía qué hacía en ese mundo que no comprendía, lleno de mentiras, de falsos afectos, de incertidumbre, de grosería, de vulgaridad nauseabunda, aislado como estaba en un dolor psicológico indescriptible. Él situaba el comienzo de su "caída" en la entrada en la edad adulta. No soportaba trabajar, le gustaban las mujeres pero no las entendía ni tenía demasiado éxito con ellas; además, había perdido todo interés por hacer cosas.

El acto fue rápido. Se aseguró de que nadie llamara a su casa, se tomó un frasco de pastillas (un cóctel infernal de tranquilizantes, antipsicóticos y antiepilépticos) y se fue a "dormir". Eso fue por la mañana de un lunes como otro cualquiera, otro maldito lunes sin sentido, pero ese día dijo basta.

Al cabo de tres días, su hermano, que tenía las llaves de su casa, se dirigió a su domicilio, pues Matías le debía 1.000 euros. Al no abrir la puerta, y después de haber estado llamándole unos días por teléfono, se decidió a entrar con las llaves que poseía. Miró por toda la casa y, finalmente, accedió a una habitación dormitorio. Matías yacía muerto en la cama, con un aspecto terrorífico. Andrés, su hermano, llamó raudo a urgencias médicas, aunque ya veía que su hermano estaba muerto. Cayó en un llanto inconsolable, lleno de impotencia y angustia. 

Era un caso más de suicidio. El de un ser gris que se quita de en medio. El tumulto de la vida continúa. A nadie le importa que un ser patético y absurdo se suicide.

Hay que pasar página, que la vida sigue... ¡Viva la vida!

divendres, 29 d’abril del 2011

Depósito de contenidos

 No sé si alguien ha considerado alguna vez la idea de que muchas personas puedan estar aprovechándose del esfuerzo efectuado por los creadores de blogs y webs. Periodistas, publicistas, etc., saquean contenidos (textos, fotos, pinturas digitalizadas, etc.) de blogs y webs sin pedir permiso, apropiándose de este material para fines crematísticos. ¿Verdaderamente se es consciente de esto? Puede ser que el nihilismo y la desesperación vital estén tan extendidos que nadie lo haya pensado con detenimiento. Para decirlo en otras palabras: hacer blogs o webs significa potencialmente trabajar gratis para que otros saqueen y se aprovechen de los materiales publicados. Apropiarse de fotos, cortar y pegar contenidos sin mencionar fuentes es trabajo gratis para muchos periodistas y demás profesionales que, sin escrúpulos, los usan para su propio beneficio. Luego, uno puede ver hasta en la tele sus fotos, por ejemplo (esto pasa sin cesar). Qué maravilla tener a un ejército de sufridos creadores de contenidos del más diverso pelaje para que otros saquen provecho económico. Un trabajo no remunerado, un esfuerzo baldío que, por otra parte, roba tiempo a la vida real si es que esta aún existe. Estar frente al ordenador creando entradas en blogs o webs es la pérdida de tiempo más brutal y absurda que hay. La noción de la realidad se está diluyendo a marchas forzadas por este motivo: la frontera entre "lo virtual" y "lo real" cada vez se está difuminado más -y con ello la percepción del paso del tiempo-, y lo mejor es que el proceso de disolución ha sido fantasma. Se pierde la consciencia de que lo que se escribe en la red, ya sea en blogs o webs, carece de entidad material y personal, asimismo. Lo que uno escribe puede encontrarlo en otro blog, por ejemplo, copiado. Si nadie hiciera negocio con ello, pudiera parecer más lícito, pero no es el caso. ¿Pero qué diablos está pasando aquí? ¡Se están regalando contenidos! ¡Se está trabajando gratis! ¿Por qué tantas personas han caído en la trampa de creer que esto de los blogs (o webs) constituye algo creativo -por decir algo- cuando, en el mejor de los casos, no es más que un “depósito de contenidos” donde volcar miedo, resentimiento, fobia, obsesión, manía, fantasía, o bien creaciones artísticas o seudoartísticas del más diverso pelaje gratis, para que -tarde o temprano- algún periodista o “creativo” sin escrúpulos de turno lo saquee y convierta en materia prima para sacar dinero? Es la vuelta de tuerca perfecta de la nueva sanguijuela capitalista: trabajadores gratis y sin consciencia de serlo.

Hacer un blog (o web) es trabajar gratis y sin saberlo (y si se sabe... mejor no entrar aquí...). Si hubiera un intercambio real de contenidos entre iguales la cosa quizá tendría algún sentido; ¡pero si "casi" nadie sabe quién hay detrás del avatar del blog o web de turno! Se trata más bien de un baile de identidades donde uno ya no sabe ni qué cree, ni qué piensa ni quién es. ¿Es está la nueva realidad que se nos presenta? ¿Es está la nueva Shangri-La? Sin duda, es la cárcel sin rejas.

La dimensión del engaño o de la estafa es tan mayúscula que es invisible. Volcar los problemas, las fantasías, las frustraciones, las creaciones, etc., en un blog significa, las más de las veces, no afrontarlos o no interactuar en la "vida real", si es que esta existe: se habla aquí del cara a cara con las personas, con los objetos, con la naturaleza, de la interacción en presencia, visual, táctil, carnal si se quiere, por decir algunas de las manifestaciones de lo que parecería que era hasta hace un tiempo "lo real".

El sistema creado es perfecto y debilitador. Mientras la gente volca todas sus energías en un blog o web [nadie queda excluido aquí], el mundo tecnológico-capitalista continúa campando a sus anchas en su proceso de depredación y destrucción del individuo y de la percepción del tiempo: una máquina de aniquilar personas, de “cohesionarlas socialmente”, un ejército de prisioneros de una farsa que no se sabe ni dónde comienza, para qué sirve ni cuál es su fin (ni su creador parece ya saberlo). Hacer blogs y webs es pues un trabajo fantasmático y "el rebaño de gente alienada" sin consciencia de serlo o sí (el culmen del nihilismo`, en este caso) que persiste en esta tragicomedia debería, como mínimo, “saber a lo que juega”. Probablemente, muchos lo saben. No hay película de terror que supere esta locura de no-realidad. El imperio tecnológico-capitalista ha creado un sistema perfecto de anulación de lo real, de creación de adicciones, un sistema para que millones de personas trabajen gratis sin saberlo y para que otros se aprovechen sin escrúpulos para fines crematísticos de ello. He aquí la tan cacareada emancipación que produce la Red: se trata de una especie de zombificación, podría decirse, del ser humano.

Es evidente que no hay salida, el negocio es perfecto, y el poder de seducción del sistema, infalible. Del mismo modo, aunque ya sería motivo de otra entrada, podría hablarse del "sentido" del bombardeo continuo de actualizaciones que, sin cesar, surgen para los navegadores, la presunta perfección de los blogs, etc. ¿Alguien ha pensado qué diablos significa este estar “en permanente estado de actualización” sin nada a lo que asirse? Parece todo transitorio, cada nueva actualización parece mejorar la anterior, ¿pero de qué sirve en realidad? Si se piensa un poco, de nada. O sí: para mantenernos entretenidos en un limbo peor que el de Dante. Es una carrera hacia ninguna parte. Seguramente, parece positivo e inocuo. No lo es. Esto afecta a todos los ámbitos tecnológicos (informática, telefonía móvil, cámaras fotográficas, de vídeo, etc). Se trata de un proceso de actualización permanente, de perfeccionamiento obsesivo para llenar las arcas de la tiranía instaurada y silente del mercado desatado. Es el triunfo de la trituradora tecnológico-capitalista, “la aniquilación feliz” y silenciosa del individuo.