divendres, 28 d’octubre del 2011

Unas pinceladas en torno al Decadentismo


Decadencia, decadentista o decadente, decadentismo... Quizá uno se pregunte a qué hacen referencia estos vocablos que tan a menudo son utilizados. El Decadentismo es una compleja corriente artística, filosófica y principalmente literaria, originada en Francia a finales del siglo XIX y que tuvo un amplio desarrollo por casi toda Europa y algunos países de América. La denominación Decadentismo surgió como un término despectivo e irónico que usó la crítica académica; sin embargo, fue adoptado por aquellos a quienes iba dirigido. Frente al Romanticismo, el Realismo y el Naturalismo, que obedecen a una lógica y a una necesidad histórico-cultural, el Decadentismo responde a una manera de sentir de fin de siglo, cuando el conocimiento del alma humana había agotado todas sus posibilidades de comprender su existencia y sus extrañas desviaciones.
En el plano moral la palabra decadencia va unida casi siempre a una forma de vida sensualista, hedonista, llena de excesos de lo más variopinto: bebida, uso de drogas estimulantes, falta de fe religiosa y un constante sentimiento de pesadumbre universal, de spleen (estado de melancolía sin causa definida y angustia vital) y de énnui (una especie de desazón o aburrimiento metafísico).  

El Decadentismo se vincula con las otras tendencias postrománticas, como el Parnasianismo (y su lema 'el arte por el arte'), el Prerrafaelismo y el Simbolismo, y tiene a Baudelaire como a su padre espiritual, encarnación del malditismo poético, y al también poeta [maldito] francés Arthur Rimbaud como otra indudable influencia.

El poeta maldito parte de una visión muy pesimista de la existencia, a la que considera sucia y degradada. Su respuesta, con frecuencia, se orienta hacia una complacencia morbosa con la corrupción moral, la crueldad, la exaltación de la fuerza, la atracción por lo enfermizo y lo depravado. Otras veces, el poeta maldito busca el refinamiento estético y vital: el dandismo. El narcisimo extremo, la elegancia, la provocación de la extrañeza y el desconcierto en los demás, la excentricidad, son características destacadas de esta actitud ante la vida.

Edgar Allan Poe y Oscar Wilde (especialmente en su obra El retrato de Dorian Gray) también se inscribirían en este malditismo.

El Decadentismo surge de esta concepción de la existencia de los poetas malditos. A ella hay que añadir el sentimiento que tienen los decadentistas de vivir en una sociedad depravada (la burguesa), ante la que actúan como marginados. Su posición antiburguesa les inclina hacia lo morboso, lo oscuro, lo enfermizo, lo cruel y lo inmoral. Son nihilistas y anárquicos en sus comportamientos.

Asimismo, como forma de protesta contra los valores materialistas imperantes, buscan el refugio en la belleza artística (como los parnasianos), en el refinamiento personal, en mundos exóticos e irreales. El erotismo es también un medio de evasión característico (uno de los decadentistas más conocidos, el italiano Gabriele D’Annunzio, escribió una obra titulada El placer), a menudo impregnado de una sensualidad enfermiza, donde tienen cabida el sadismo, el masoquismo y el tema de la mujer fatal (la vampiresa que aparece en Poe y Baudelaire), así como la búsqueda de placeres extremos.

En diferentes países europeos, así como en América, hubo representantes del Decadentismo, tanto en la literatura como en las bellas artes.

En el campo de las letras están en Francia, además de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé, quienes se mostraron decadentes en sus postrimeros momentos, J.K. Huysmans, René Ghil, Laurent Tailhade, Isidore Ducasse (Conde de Lautréamont), Alfred Jarry, Marguerite Vallete (Rachilde), Péladan, Lorrain, Schwob, Saint Pol Roux, Péguy y otros; en Inglaterra, con el llamado dandismo o esteticismo y los poetas del “The Rhymes Club”, se encuentran Oscar Wilde, Walter Horatio Pater, Lord Alfred Douglas, Matthew Arnold, Arthur Symons, Ernest Dowson, Lionel Johnson y otros; en Estados Unidos, con el llamado grupo de la Bohemia, están Ambrose Bierce, Lafcadio Hearn, Richard Hovey, Edgar Saltus y Jammes Gibbons Hunnecker; en Bélgica, en donde hubo un grupo de poetas que se inscribieron en el llamado bohemismo, tenemos a Théodore Hannon, Maurice Maeterlinck, Vieté Griffin, Max Elskamp, Van Leberghe, Mockel, Fontainas; en Alemania deben mencionarse Stephan George, Gundolf, Wolfskel y Bertram; en Italia, con el movimiento de la scapigliatura (término similar a «bohemia»), hay que destacar a Gabriele D'Annunzio y Camillo Boito.

España e Hispanoamérica también se dejaron influir por esta actitud estético-literaria, y toda la poesía de fin de siglo responde a los ideales artísticos del arte por el arte. Así, puede considerarse el modernismo del nicaragüense Rubén Darío y del mexicano José Juan Tablada. El decadentismo artístico fue mucho más persistente en América: Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Mariano AzuelaCésar Vallejo, Horacio Quiroga y otros llenaron muchos años de la vida literaria sudamericana y en ellos la nota francesa nunca estuvo ausente.

Esta renovación estética adquirió en España matices peculiares, y así aparece en las obras decadentistas de Manuel Machado y de la primera época de Juan Ramón Jiménez, en algunas obras como Ninfeas (1900), Francisco Villaespesa y el primer Valle-Inclán, en especial en su libro de versos Aromas de leyenda (1907). Son decadentistas aún mal estudiados los poetas Emilio Carrere y Alejandro Sawa; los novelistas Álvaro Retana, Antonio de Hoyos y Vinent y Joaquín Belda, y el cuentista peruano Clemente Palma. Algunos bohemios, como el prosista y drogadicto francés Enrique CornutyPedro Barrantes también entrarían en este grupo. 


En el campo de las artes plásticas, el Decadentismo se revistió con otros nombres, pero, a la postre, orientados por los mismos intereses y rasgos: en Francia, se tiene el llamado Art Moderne, dentro del que descuellan Hector Guimard, Majorelle, Binet, Jourdain, Emile Gallé y René Lalique. En Bélgica, tuvo lugar el conocido Art Nouveau, cuyos máximos ejemplos se encuentran en monumentos arquitectónicos de Victor Horta y en los cuadros de Félicien Rops, Hodler, Khnopff y Toorop. En Inglaterra, hubo una resistencia dada la fuerza que tenían los Arts and Crafts, pero emergió un arquitecto notable, Charles Rennie Mackintosh. En España cabe mencionar  a Antoni Gaudí, quien dio aportaciones significativas dentro del llamado Modernisme o estil modernista. Igualmente, en Italia, se encuentra la tendencia Liberty, con su máximo exponente D’Aronco, en Alemania, la Jugendstil y en Austria, la Secesión Vienesa.


[Fuentes consultadas: Trivium, Wikipedia y otras.]

dijous, 13 d’octubre del 2011

Existir



No puede confundirse completamente la percepción de una cosa que existe con la sensación de que esta cosa existe. La existencia de la cosa ‘se esconde’. Determinar que hay una cosa no equivale a sentir que existe.

Aunque siempre es posible cambiar una cosa por otra, es imposible cambiar esta misma cosa por otra que no sea ella misma. 

La existencia puede ser percibida como un regalo o un veneno. La existencia es una pesadilla desde el momento en que uno la percibe a la vez como perfectamente desagradable y como perfectamente inevitable, puesto que solo puede ser cambiada contra ella misma. Si se disfruta de la existencia, esto se refleja en el hecho de que no se pide nada más que aquello que existe aquí y ahora. Es cuando se percibe la existencia como indeseable y no cambiable que uno se sumerge en la náusea.

Los animales tienen la particularidad de suscitar inmediatamente en aquellos que los observan la sensación pura de la existencia, con toda la carga de extrañeza que esta implica, más que cualquier objeto. Los animales ocupan una posición intermedia en la escala de los seres: no pertenecen ni al orden de los objetos inanimados o casi inanimados, cuya existencia se limita a una pura pasividad fisicoquímica, ni al orden de los humanos, únicos susceptibles de representarse finalidades y objetivos (por muy absurdos que estos sean). El animal tiene la condición curiosa de estar manifiestamente ocupado, a diferencia de las piedras, y al mismo tiempo, a diferencia de los hombres, manifiestamente ocupado en nada. El ser humano, en cambio, criatura imaginativa y charlatana, delira y habla siempre demasiado.

Uno de los misterios de la condición humana es su atracción por lo irreal en detrimento de lo real, una de las principales locuras de la humanidad. Una ofuscación misteriosa de la atención nos aparta de la consideración de los objetos existentes y nos conduce a la consideración de los objetos que no existen, o que al menos todavía no existen. Es posible que esta confusión tenga como filtro el deseo. El hambre por lo imaginario en detrimento de lo real hace que nada de la realidad pueda saciarla. La necesidad de saciarse con bienes imaginarios surge de una incapacidad de satisfacerse con bienes reales. Y es esta tendencia la que nos sumerge en una náusea existencial: La incapacidad de deleitarse con la existencia, de sentirse existir, de sentir las cosas alrededor de uno mismo; una especie de pura degustación de la existencia.

[Después de leer Principios de sabiduría y de locura de Clément Rosset]

dimecres, 5 d’octubre del 2011

Sufrimiento


Con la música de Toots Thielemans de fondo empiezo esta mañana mi deambular por el día. Sufro un cansancio, una debilidad y un sueño atroces (me han medicado intensamente). Casi no puedo teclear, pero lucho para no sucumbir. Un ataque de angustia me sacudió hace una semana, todavía no me he recuperado del impacto brutal de ese estado. Uno se siente morir. Casi sin poder respirar la cabeza parece que pierde el norte: se descontrola todo. No funciona la respiración lenta y tampoco la abdominal para relajarse: nada. Es una explosión energética y dolorosa tremenda que  sacude el organismo, de la cabeza a los pies. La cabeza va a mil por hora, aterrorizada. Te queman los pies, las manos, las extremidades, y a continuación un fuerte frío te invade. La sudoración es intensa. Indescriptible. Tiemblas en una espiral incontrolable de extrañas e inquietantes sensaciones en todos los órganos: manos, pies, brazos... Las náuseas incesantes  junto con la intensa opresión en el pecho que te impide respirar te hacen sentir que te vas del mundo. Es una experiencia escalofriante, sinceramente. Pero estoy vivo y aquí sigo. Se trata de una auténtica pesadilla, muy real por cierto.