dijous, 13 d’octubre del 2011

Existir



No puede confundirse completamente la percepción de una cosa que existe con la sensación de que esta cosa existe. La existencia de la cosa ‘se esconde’. Determinar que hay una cosa no equivale a sentir que existe.

Aunque siempre es posible cambiar una cosa por otra, es imposible cambiar esta misma cosa por otra que no sea ella misma. 

La existencia puede ser percibida como un regalo o un veneno. La existencia es una pesadilla desde el momento en que uno la percibe a la vez como perfectamente desagradable y como perfectamente inevitable, puesto que solo puede ser cambiada contra ella misma. Si se disfruta de la existencia, esto se refleja en el hecho de que no se pide nada más que aquello que existe aquí y ahora. Es cuando se percibe la existencia como indeseable y no cambiable que uno se sumerge en la náusea.

Los animales tienen la particularidad de suscitar inmediatamente en aquellos que los observan la sensación pura de la existencia, con toda la carga de extrañeza que esta implica, más que cualquier objeto. Los animales ocupan una posición intermedia en la escala de los seres: no pertenecen ni al orden de los objetos inanimados o casi inanimados, cuya existencia se limita a una pura pasividad fisicoquímica, ni al orden de los humanos, únicos susceptibles de representarse finalidades y objetivos (por muy absurdos que estos sean). El animal tiene la condición curiosa de estar manifiestamente ocupado, a diferencia de las piedras, y al mismo tiempo, a diferencia de los hombres, manifiestamente ocupado en nada. El ser humano, en cambio, criatura imaginativa y charlatana, delira y habla siempre demasiado.

Uno de los misterios de la condición humana es su atracción por lo irreal en detrimento de lo real, una de las principales locuras de la humanidad. Una ofuscación misteriosa de la atención nos aparta de la consideración de los objetos existentes y nos conduce a la consideración de los objetos que no existen, o que al menos todavía no existen. Es posible que esta confusión tenga como filtro el deseo. El hambre por lo imaginario en detrimento de lo real hace que nada de la realidad pueda saciarla. La necesidad de saciarse con bienes imaginarios surge de una incapacidad de satisfacerse con bienes reales. Y es esta tendencia la que nos sumerge en una náusea existencial: La incapacidad de deleitarse con la existencia, de sentirse existir, de sentir las cosas alrededor de uno mismo; una especie de pura degustación de la existencia.

[Después de leer Principios de sabiduría y de locura de Clément Rosset]

1 comentari:

Doctor Krapp ha dit...

Es una interesante reflexión aunque nazca de la amargura. Si la ventaja de los humanos sobre los animales es tener una conciencia que les permite darse cuenta de la inutilidad de la existencia casi estaría justificada esa huida hacia mundos irreales. Eso es frustrante cuando hay que volver a la realidad pero al menos cuando estemos lejos de ella tendremos momentos de cierta felicidad y sosiego.