Hay pocas pesadillas parecidas a vivir en una ciudad como Barcelona, donde se gasta y dilapida lo que no está escrito con, por ejemplo, el maldito tren de alta velocidad, mientras se cierran ambulatorios y servicios de urgencias hospitalarios y se despide sin cesar a médicos y personal de enfermería. La situación es grave, casi límite, imposible entender por qué no estalla una rebelión. Falta poco.
Mientras se inaugura el último agujero bajo tierra del túnel del tren para ricos que cruza la ciudad, la flota de ambulancias, por ejemplo, ha sido reducida drásticamente, hasta el punto de que uno no sabe a ciencia cierta si, en caso de caer enfermo, llegaría algún vehículo medicalizado o tendría que ir arrastrándose a un hospital o ambulatorio, si es que queda alguno abierto, siempre bajo mínimos (no tienen ni vendas en algunos: todo sea por el ahorro, o, como dice Artur Mas, "por responsablidad"), y encuentra personal que no esté a punto de suicidarse por el estrés. La obscenidad del contraste deja a uno sin palabras y le llena de mucho odio, rabia e impotencia. Esto es aplicable a toda Cataluña y a España, claro.
Saber que si uno cae enfermo puede tener graves problemas para ser atendido y quizá puede morir ha dejado de ser una pesadilla: es cada vez más cierto, al menos en Barcelona y también Cataluña. Pero todo el mundo calla o parece callar.
Se habla de esta ciudad (y de esta Comunidad) porque es donde uno nació, por accidente -obviamente-, y también porque es la zona del Estado español (no voy a entrar a hablar de nación o de alguna imbecilidad por el estilo: ¡solo cosas importantes!) donde los gobernantes se están empleando más a fondo en destruir cualquier esperanza de futuro. Barcelona y Cataluña siempre en la vanguardia...
¡Malditos bastardos! Barcelona y Cataluña apestan a Convergència i Unió, el partido más ultraliberal e inhumano que existe en España.