dimarts, 12 d’abril del 2011

Homicidio


Una angustia indescriptible me atenaza en estos momentos. Un miedo irracional a matar a mi marido invade mis pensamientos:  creo que no lo podré evitar. No hay motivo alguno para hacerlo y por eso siento que debo hacerlo (algo más fuerte que la razón me impulsa). Un tremendo ahogo aprieta mi cuello; unas garras invisibles me asfixian. Los pensamientos que circulan por mi mente son espeluznantes y me paralizan. Fantaseo con la idea de asestar reiteradas puñaladas hacia la persona que más quiero, mi marido, lo que me provoca una espantosa sensación de pérdida del juicio. Lo amo tanto... pero una bestia muy poderosa se ha instalado en mi cabeza. La angustia va invadiendo progresivamente todo mi ser hasta sumirlo en un estado febril de excitante maldad carente de sentido. Esa pulsión irresistible e irracional me arrastra. Intentaría acabar con mi vida, pero soy muy cobarde. Mi cerebro va a una velocidad endiablada. Las ideas delirantes de asesinato y las ideaciones sobre el entierro de mi marido, con su familia en el velatorio y desgarrada de dolor, me hacen pensar que estoy enloqueciendo. Nada me puede parar, el impulso irrefrenable es casi físico. Quizá debería esperar a que tales ideas pasaran y a que el agotamiento mental hiciera bajar la intensidad sobrecogedora de estos pensamientos asesinos. Hay que detener el pensamiento en estas situaciones -supongo-, pero este circula como una avalancha ingobernable. Esta oleada de ideas homicidas hacia el ser que más quiero me resulta insoportable. La angustia se ceba sobre mi mente y me nubla. Es una locura pero estoy en ella sumergida. El destino está escrito. No puedo cambiar las fantasias asesinas que invaden mi mente. El sudor es tremendo y los temblores, cada vez más intensos. Empiezo a golpear brutalmente una pared, los nudillos me sangran con abundancia, pero no me duelen. En otras circunstancias, mis delicadas manos me hubieran ocasionado un intenso dolor. Quiero despertar ya de esta maldita pesadilla.

De repente, oigo como una llave se mete por la cerradura de la puerta. ¡Es él! Entra. Le miro. Me acerco y le beso como de costumbre. Cuando veo su espalda mientras se dirige hacia el comedor, las ideas asesinas circulan desbocadas por mi mente. No hay solución. Ante esa angustia indescriptible, intento hablar con mi marido. Le empiezo a explicar lo que me pasa por la cabeza y que tengo miedo de matarle. Al principio se asusta, pero luego intenta tranquilizarme. Me dice que él ocasionalmente también tiene ideas parecidas hacia mí, pero que nunca me lo había contado. Eso calma un poco mi malestar, aunque si he de decir la verdad, el desasosiego invade todo mi ser. ¿Estoy loca? ¿Está loco? Es una pesadilla real... Sin tiempo para la reflexión, noto un pinchazo y, a continuación, un dolor intenso; luego veo que algo está clavado en mi vientre. Levanto la cabeza y le veo a él: me acaba de asestar una puñalada con un objeto punzante, tal vez un cuchillo. Me mira con una cara inexpresiva, parece inhumano. Empiezo a debilitarme. Caigo al suelo malherida. Me desangro. Entonces noto cómo su mano me acaricia la cabeza para consolarme de mi dolor y yace a mi lado mirándome como a una desconocida.