Disfrutar del amargo sabor de lo desagradable es un placer de difícil comprensión. Acaso nadie o casi nadie ha reparado nunca en qué impulsa al deleite por lo repulsivo, lo aberrante y lo grotesco. Dado que la objetividad más allá del individuo no existe, se hace difícil establecer los límites y el alcance de las palabras, las sensaciones, las percepciones, etc. Partiendo de la base de que uno de los impulsos básicos e inherentes al ser humano es la comunicación, a veces hay que realizar un esfuerzo por intentar delimitar conceptos o ideas que puedan tener un mínimo consenso entre las mentes pensantes.
Grotesco. Esa es la palabra que le viene a uno a la cabeza en estos momentos. Si se considera el diccionario un artilugio útil -pese a que cuando uno busca qué significa una palabra el glosario de términos siempre le remitirá ad infinitum a otras palabras, es decir, a la pura confusión-, el de la Real Academia Española define grotesco [del italiano grottesco, derivado de grotta, gruta] como un adjetivo que hace referencia a lo ridículo y lo extravagante (empieza la confusión y la dispersión hacia otras palabras), a lo irregular, lo grosero y de mal gusto, y finalmente -derivado de grutesco [it. grottesco]- se refiere a "la gruta artificial". "Dicho propiamente de un adorno caprichoso que remeda lo tosco de la grutas, con menudas conchas o animales que en ellas se crían, más tarde con figuras de quimeras y follajes, de donde viene lo de extravagante y ridículo; imita los que se encontraron en las grutas, nombre con el que se conocen las ruinas de la Domus Aurea de Nerón, en Roma [aquí se ha introducido cierta información del Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas]". Definido el término se puede entrar en el océano de las interpretaciones.
Desde siempre, existe y ha existido el amor y la pasión por lo repugnante y lo nauseabundo, también por lo ridículo, lo extraño y lo excéntrico o raro (cabría definir aquí qué se entiende por cada palabra y cómo la entiende cada persona: es todo tan relativo...). El origen de esta fiebre por lo espantoso y monstruoso, así como por lo absurdo y demencial, se podría encontrar quizá en una cierta propensión a congraciarse con lo más temido: la muerte. La visita o el contacto morboso con lo que más escalofríos produce una y otra vez es posible que haga menos terrible asumir la propia mortalidad. Es como si uno se inmunizara de un virus de tanto estar en contacto con él, eso sí, sin infectarse. Se trata de regodearse en el tormento… pero sin mancharse (el sadomasoquismo y todas sus variantes -de un modo muy particular- podrían ser otro tipo de aproximación a lo mismo, pero hay que ir con mucha cautela y precisión al acercarse a este mundo).
En el fondo, hay en la pasión por lo grotesco y lo infame una pulsión tanatófila (a grandes rasgos, “amor o simpatía por la muerte”). Este disfrute ante lo nauseabundo siempre ha existido y existirá. Seguramente pueda abordarse el tema, con todas las reservas, desde el punto de vista psicoanalítico. Es posible que el miedo a mostrar afecto sea el desencadenante de esta atracción por lo grotesco. Se trataría de una desviación ante la imposibilidad de expresar sentimientos y emociones. Ese temor, espanto o parálisis que inhibe cualquier expresión emotiva o pasional estaría detrás de este amor por lo sucio, lo repulsivo, lo extravagante... De Eros (amor) a Tánatos (muerte). Pero aquí se estaría entrando ya en el terreno de la interpretación/especulación... De la que nunca se sale, por cierto.
Se trataba solo de acercarse al concepto y la idea de "grotesco".
Se trataba solo de acercarse al concepto y la idea de "grotesco".