dimarts, 17 de maig del 2011

Lautréamont - Los Cantos de Maldoror (fragmento)


Estoy sucio. Los piojos me roen. Los cerdos vomitan al mirarme. Las costras y las escaras de la lepra han descamado mi piel, cubierta de pus amarillento. No conozco el agua de los ríos ni el rocío de las nubes. En mi nuca, como sobre un estercolero, crece una enorme seta de pedúnculos umbelíferos. Sentado sobre un mueble informe no he movido mis miembros desde hace cuatro siglos. Mis pies han echado raíces en la tierra y forman, hasta mi vientre, una especie de vegetación vigorosa, cubierta de inmundos parásitos, que aún no es planta y que ha dejado de ser carne. Sin embargo, mi corazón late. Pero ¿cómo latiría si la podredumbre y las emanaciones de mi cadáver (no me atrevo a decir de mi cuerpo) no le alimentasen con abundancia? Bajo mi axila izquierda una familia de sapos ha hecho su casa y, cuando alguno se mueve, me hace cosquillas. Tened cuidado de que no se escape uno de ellos y venga a rascar, con su boca, el interior de vuestro oído: podría después introducirse en vuestro cerebro. Bajo mi axila derecha tengo un camaleón que les persigue continuamente para no morirse de hambre: es necesario que todos vivan. Pero cuando un bando desbarata los ardides del contrario, encuentran más cómodo no enfadarse y chupan la deliciosa grasa que cubre mis costillas: ya me he acostumbrado. Una maligna víbora ha devorado mi verga y se ha puesto en su lugar: esa infame me ha convertido en eunuco. Ah, si hubiera podido defenderme con mis brazos paralizados; pero creo más bien que se han convertido en leños. Sea lo que fuere, importa hacer constar que la sangre ya no llega hasta allí a pasear su rojez. Dos pequeños erizos, que han dejado de crecer, arrojaron a un perro, que no los rechazó, el interior de mis testículos, alojándose dentro de la epidermis después de lavarla cuidadosamente. El ano ha quedado obstruido por un cangrejo que, envalentonado por mi pasividad, guarda la entrada con sus pinzas ¡y me produce mucho daño!

[Extraído de: Conde de Lautréamont. Los Cantos de Maldoror. Canto IV. Traducción de Ángel Pariente. Alianza Editorial.]

dimarts, 10 de maig del 2011

Daniel Johnston

Se acabó

Llegó el momento de la verdad. Matías parecía haber reunido el suficiente valor para tomar la decisión que desde hacía mucho tiempo le rondaba por la cabeza: quitarse la vida. La existencia se había convertido para él en un suplicio insoportable. Una tremenda angustia y falta de sentido hacia todos los actos de su existencia le habían conducido a tomar esta irreversible decisión. Desde hacía ya muchos años no entendía qué hacía en ese mundo que no comprendía, lleno de mentiras, de falsos afectos, de incertidumbre, de grosería, de vulgaridad nauseabunda, aislado como estaba en un dolor psicológico indescriptible. Él situaba el comienzo de su "caída" en la entrada en la edad adulta. No soportaba trabajar, le gustaban las mujeres pero no las entendía ni tenía demasiado éxito con ellas; además, había perdido todo interés por hacer cosas.

El acto fue rápido. Se aseguró de que nadie llamara a su casa, se tomó un frasco de pastillas (un cóctel infernal de tranquilizantes, antipsicóticos y antiepilépticos) y se fue a "dormir". Eso fue por la mañana de un lunes como otro cualquiera, otro maldito lunes sin sentido, pero ese día dijo basta.

Al cabo de tres días, su hermano, que tenía las llaves de su casa, se dirigió a su domicilio, pues Matías le debía 1.000 euros. Al no abrir la puerta, y después de haber estado llamándole unos días por teléfono, se decidió a entrar con las llaves que poseía. Miró por toda la casa y, finalmente, accedió a una habitación dormitorio. Matías yacía muerto en la cama, con un aspecto terrorífico. Andrés, su hermano, llamó raudo a urgencias médicas, aunque ya veía que su hermano estaba muerto. Cayó en un llanto inconsolable, lleno de impotencia y angustia. 

Era un caso más de suicidio. El de un ser gris que se quita de en medio. El tumulto de la vida continúa. A nadie le importa que un ser patético y absurdo se suicide.

Hay que pasar página, que la vida sigue... ¡Viva la vida!